Timeless

Timeless
Portrait du Mademoiselle Chanel de Marie Laurencin

jueves, 5 de noviembre de 2009

Quemarse un poquito a veces no duele

Los padres de familia ya no están de acuerdo. Ya no a las pláticas de drogadicción en las escuelas primarias y secundarias. Vendémosles los ojos a los jóvenes para que no puedan ver el trayecto de caída, pero cuando se estrellen ése ya no será nuestro problema. Muchas personas que se han recuperado de su adicción asisten a colegios y platican su experiencia. ¡Cómo es posible que alguien que salió bien librado venga y le cuente a mi hijo qué se siente! Los adultos desean que un vagabundo o un afectado del cerebro platique a medias lo que se vive bajo la influencia de narcóticos. Tal vez desean cimbrar miedo en los muchachos para que así pierdan cualquier tipo de tentación. Ése es el peor error de todos.

La educación fundamentada en el recelo es peligrosa. Al parecer, todo lo que nos han enseñado a lo largo de la pubertad es que las drogas son del diablo. Y un día un joven se da cuenta de que por meter el dedo del pie al infierno no se quema. Al principio y hasta que se descubren dependientes, estas sustancias ofrecen sensaciones espeluznantemente fantásticas. Quién querría dejar el mundo de la heroína donde todo es como uno lo desea; dejar un mar azul para pasar a una rica cena sólo acompañado de la gente que uno ama y justo con lo que a uno se le antoja. Entonces, las drogas no eran tan malas como todos decían.

Hablar de perfiles propensos a caer en estos vicios es muy incierto. Cualquier individuo, aunque parezca no tener problemas o situaciones que lo orillen, puede ser presa de adicción a estupefacientes. Aquí el punto toral no sería saber quién es o no es, sino qué hacer cuando se le descubre. La sociedad es experta en lavarse las manos y la familia no es la excepción. Una vez que encuentran a la joven con una dosis de cocaína la internan en una clínica para adictos sin preguntarse jamás si ésa era la primera vez o si ella desea limpiarse. En principio, cualquiera diría que es imprescindible obligar con el fin de “curar” el mal a tiempo. Otro error. No será sólo hasta que el afectado lo decida que podrá empezar su proceso de sanación.

Ya son demasiados lo que se toman a los centros de rehabilitación como clubes sociales en donde se puede tomar el sol, hablar de uno mismo y hacer absolutamente nada. Luego, salen, fingen y pasan uno o dos meses sin ingerir drogas fuertes. No obstante, continúan frecuentando al mismo grupo de amigos, bebiendo alcohol y fumando cigarrillos. Después, todos estos narcóticos socialmente aceptados juegan con las mentes y hacen que la reincisión sea más sencilla. Lo que muchos desconocen es que detrás de las paredes blancas, de las canciones de integración y de las pláticas de autosuperación se esconde una verdad más turbia.

La técnica de estas clínicas es intercambiar la adicción a las drogas por la dependencia a cualquier otra sustancia. La idea no es rehabilitar a los internos sino hacerlos dependientes a otro narcótico, pero que esta vez sea mucho más aceptada socialmente. Para aquellos que no están siguiendo ese jueguito están el electroshock y las altas dosis de pastillas que anestesian la mente. A quitar a los revoltosos del camino. Después de los varios meses, esas familias adineradas que sí tuvieron los recursos para deshacerse del bicho reciben un perturbado ser humano que será incapaz de readaptarse a la sociedad.

Pero dentro de todo este cuento de terror existe un factor cómico. Las clínicas albergan a los llamados dealers para que entretengan a los “huéspedes”. Muchas de ellas se justifican diciendo que estos vendedores ingresan con el discurso de necesitar ayuda médica. Lo risible son las grandes cantidades de narcóticos que pasan por las puertas de revisión sin que nadie note nada. Y los internos se la pasan maravilloso; buenas drogas, precios muy baratos y toda la libertad al no tener a sus molestas familias encima de ellos todo el tiempo. Y el panorama es desolador: un joven que no se reconoce drogadicto, internado a la fuerza, es parte de una mafia que involucra a los mismos médicos que prometen curarlo de su mal.

El adicto se sabe de su condición sólo cuando se da cuenta que no puede dejar las drogas, o sea, el día (o las pocas horas) que deja de consumir. Entonces, debe abandonar ese círculo de amistades que no hacen nada más que lo que él hace. Llega el momento más difícil, reconocer que ya no le resta ningún allegado que no consuma estupefacientes. Su familia y sus verdaderos amigos se ha alejado, o más bien él se ha alejado de ellos. Es hora de abandonar esa burbuja oscura para quedar a la deriva. Nadie les tiene confianza ni los acepta. Sus intentos por acercarse a gente “limpia” conllevan mucho peligro. La psicología de los dependientes a las drogas es compleja; al ver que no es fácil salir se les hace mucho más sencillo jalar hacia la adicción a aquél que usaban de asidero para reformarse. Esta cadena puede crecer hasta que la comunicación la detiene.

Se debe de eliminar esa venda y permitir que los jóvenes sepan que, al principio, las drogas pueden crear un mundo que se puede derretir o que puede cambiar de color al antojo de uno. Los estupefacientes no son eso que todos hacen creer. Prueba de esto son aquellos que los consumen con frecuencia. Los padres de familia y las escuelas seguirán errando hasta que dejen su discurso moralista y coloquen los pies sobre la tierra. Lo relevante no es crear miedo sino explicar lo que significa tocar fondo, y qué mejor que lo haga alguien que ya ha estado ahí. Es necesario abogar por la comunicación y el diálogo. Si los jóvenes tienen inquietudes deben sentirse libres de preguntar con el fin de que no busquen las respuestas en lugares equivocados.

1 comentario:

  1. Interesante artículo de fondo al que le faltó, quizás, un poco de cifras. La redacción es buena, con algunos problemas de comas, pero bien.

    Celebro las revelaciones que este texto hace y su denuncia. Eso es lo mejor de lo que ha escrito.

    ResponderEliminar