Timeless

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Portrait du Mademoiselle Chanel de Marie Laurencin

lunes, 16 de noviembre de 2009

De la distorsión de las miradas

Sandra está sentada mirando su plato. Para una joven de 21 años, ésa no es una porción grande. La carne y los vegetales lucen enfadosamente bien cocidos. No tiene ganas de probar bocado. Sabe que si no lo hace no podrá abandonar la mesa. Ése es el primer paso de un tratamiento doloroso y largo. Sandra es anoréxica y dentro de algunos meses se le descubrirán indicios de bulimia. El término anorexia nervosa viene del latín, “sin apetito”. A Sandra no le interesa qué significa ni de dónde proviene. Sólo sabe que le da asco ver a la gente masticando y tragando (engullendo). La frenetiza ese ruido chillante del tenedor en el plato, esa sensación de que cada bocado la sube ciertos gramos, y luego kilos, y luego verse en un espejo resulta espeluznante.

Por las noches, se despierta con hambre y mastica un chicle. Normalmente, la gente piensa que no les da apetito. Es falso. En un principio, antes de que el estómago se les encoja, a las personas que sufren desórdenes alimenticios les da un hambre enloquecedora. Deben luchar contra sus deseos de comer con el fin de no engordar. Es cierto, llegará el día en que ese órgano encargado de procesar los alimentos sea cinco veces menor de su tamaño normal. Llegar a este punto significa ser entubado para poder recibir alimento. Es algo semejante a los niños desnutridos en África; si se les da comida, la vomitan inmediatamente.

Rehabilitar a una persona anoréxica o bulímica es mucho más que darle de comer. Es enseñar a su cuerpo a no rechazar el alimento. Es enseñar a su mente a no odiarse. Es enseñar a las familias a acompañar a sus hijos hasta que acaben el último bocado. Es acostumbrarlos a supervisar el baño cada que los enfermos entran. La vida cambia poco a poco, casi no se nota, pero el regreso a la normalidad es tortuoso.

En México, 95% de los casos de anorexia y bulimia se presentan en mujeres. No habría de sorprender. Los estándares de belleza exigen cuerpos cada vez más delgados. Mucho se habla de que las revistas y el photoshop son los culpables de la distorsión en los jóvenes. Y sí, a quién no le mortificaría no tener una figura de piernas largas, vientre plano, poco busto y absolutamente nada de caderas (ahí se van la grasa y los carbohidratos). Pero existen otros factores que provocan trastornos que son mucho más cercanos a los enfermos y, aunque no se consideran graves lo son.

Sandra nunca fue gorda. Era una niña convencional de cuerpo convencional. No obstante, su mamá siempre se burlaba de sus amigas que eran más obesas. “Ésas jamás se conseguirán esposo”, decía. Y tal vez a los ocho años esa afirmación sea intrascendente, pero con la repetición viene la verdad, y después de más de diez años esa oración comienza a cobrar sentido. Al principio, la crítica era a terceras personas, pero llegará el día en que, al probarse unos jeans su madre diga, “antes te quedaban más flojos, ya ponte a hacer ejercicio ¿no?”.

Parte del proceso de curación de estos trastornos es acudir a varias sesiones con distintos psicólogos. Unos se encargan de problemas con la familia y amigos, otros de la imagen y el autoestima y algunos otros de analizar los traumas. A diferencia de los alcohólicos y drogadictos, un anoréxico o bulímico debe recibir ayuda aunque él no haya aceptado que sufre un padecimiento. Lo grave es que los amigos y las familias pasan por alto síntomas muy evidentes simplemente por no querer reconocer una realidad terrible. “Seguramente hoy no quiso comer porque se sentía mal. Sí ha vomitado varios días pero eso no quiere decir que sea bulímica”. Y todo este teatrito culmina con un ataque al debilitado corazón. Y como si todo esto fuera poco, el paciente ya no tendrá fuerzas para luchar por sí mismo. La gente con trastornos alimenticios pierden desde un 15% hasta un 60% de su peso corporal. En términos más claros, si un individuo pesa 60 kilos, tras la enfermedad puede llegar a pesar sólo 24 kilos.

La sociedad está enferma. Los jóvenes exigen mujeres delgadas. Las demás cualidades salen sobrando. Estas enfermedades se dan mayormente entre los 13 y los 28 años, cuando el cuerpo y la mente están sufriendo muchos cambios. Sandra sabe que deberá estar delgada para agradarle a todos. Aleja ese reluciente plato de su lado y se levanta de la mesa. Las enfermeras le recuerdan que no podrá salir hasta que pruebe que puede tener una actitud saludable hacia la comida. ¿Actitud saludable? ¿Qué no se supone que hoy en día ser saludable es comer puras Special K y cenar All Bran únicamente? ¿Qué no se supone que los que no están afiliados a un gimnasio y comen sólo atún y verduras no entran dentro del estereotipo de gente aceptada? Tanta incongruencia y discursos encontrados dan asco. Sí, tal vez un asco parecido a los olores de los alimentos cuando uno sólo piensa en no comer. Después, vendrán los regaños de los psicólogos y las amenazas de los doctores de acusarla con sus papás por no querer comer. Son ya demasiadas voces y órdenes. “¿Qué más da? A ellos nunca les ha importado un carajo”, grita Sandra y vuelve a su cuarto. Mira un poco la tele y el techo. Ahora duerme. Mañana, definitivamente, será otro día de fracasos.

2 comentarios:

  1. que vivan los carbohidratos chingaaa!!!
    lob you aletzitah me gustó muccho tu post .. y si la sociedad esta muy enferma !! arriba la carne! ;)

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  2. Me uno al comentario anterior. Me gustó mucho este artículo de fondo. Me siento orgullosa porque lo logró. Es publicable.

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