Reimaginemos. La historia la escribe quien la gana, quien la pierde, y quien quiere. Quentin Tarantino ha tomado uno de los temas más utilizados, banalizados y detrozados de todos los tiempos, la Segunda Guerra Mundial, y la ha reimaginado a su antojo. Hubiera sido un sueño para el ejército Aliado tener a Goebbels, Goerring y Hitler bajo un mismo techo, bajo un mismo blanco. Sólo el séptimo arte lo ha logrado. Ése es uno de los grandes aciertos de Bastaros sin Gloria, darle vida y, ¿por qué no decirlo?, un papel protagónico al cine. Éste se muestra como un elemento fundamental que permite la destrucción del Tercer Reich.
Un filme, casi en su totalidad, realizado en Berlín, salvo algunas escenas parisinas, prometía una fidelidad al tratamiento y temática yankee. ¡Nos han sorprendido! Si bien es cierto que Hollywood ha tenido varios tinos, muchos de ellos basados en las excelentes direcciones o guiones, también lo es que su fórmula ya está sobreexplotada. Tarantino ofrece frescura, y sí, tal vez no pudo romper totalmente ese marco hollywoodense pero ha logrado armar un nuevo concepto entre American Pop y estética europea. Sí, suena complicado y un tanto excéntrico (no sé si la línea anterior o el concepto en sí); o sea, Bastardos sin Gloria no es una película comercial pero resultó ser un gran producto mercadotécnico y mediático. Nosotros en México estamos muy acostumbrados a leer subtítulos de voces que hablan cualquier idioma, pero los gringos no. Tarantino los obliga a leer títulos en casi todo el desarrollo del filme ya que se habla alemán, francés y un poco de inglés e italiano. Lo anterior, junto con la selección de música ecléctica, tantos actores poco conocidos, y el manejo de la historia, pudo haber desmotivado al auditorio. ¿Qué hacer (se pudieron preguntar los encargados de la publicidad)? La clave fue usar una cara como la de Brad Pitt y, en los trailers, prometer una historia violenta y sangrienta. ¿Quién se resistiría a ese bombón vestido de soldado que ahora mata violentamente nazis?
Honor a quien honor merece; el Coronel Landa (Christoph Waltz) es el villano perfecto para esta trama. La actuación de Waltz es precisa y dominante. Pensemos en la forma en que este antihéroe (héroe para algunos) cambia a su antojo el idioma, obligando a sus interlocutores a hacer lo mismo. Aquella mortificante escena en la cabaña francesa donde el “cazador de judíos” rodea a su presa lentamente, cambiando del francés al inglés, del inglés al alemán deja en claro el sadismo de Landa. La tensión que crea saber que debajo del suelo hay judíos escondidos, mientras el nazi se toma parsimoniosamente un vaso de leche sólo se podría crear con el contraste de tomas largas y un tanto estáticas (y por supuesto, la excelente selección de música).
Cada escena está muy bien cuidada (luce muy bonita) y los encuadres son adecuados para lo que se pretende comunicar. A pesar de que la maestría cinematográfica se hace presente durante todo el filme, una escena resalta de las demás: Shosanna espera triunfante su venganza en un ático medio iluminado por un ocaso parisino atestado de suásticas. La delicadeza de la imagen permite que todo ese tiempo en que ella piensa, se maquilla y observa la calle, parezca un momento de paz. En realidad, todo el odio y el rencor están siendo removidos en las entrañas de Shosanna. Ella sale de su habitación y se dirige a la sala principal donde se lleva a cabo la premier del “master piece” de Goebbels. La cámara la sigue con paciencia y movimientos suaves, un momento de estética pura.
Son, además de todos los elementos antes mencionados, los diálogos inteligentes y graciosos los que provocan que las adolescentes de mi derecha que no paraban de ver videos en Youtube en su Ipod se adentren y se maravillen con la película. Muchos de los que estábamos atentos esperábamos ver demasiadas escenas de violencia bastardiana (muy al estilo Kill Bill). No puedo decir que Tarantino nos decepcionó, incluso lo miro como un acierto no haber dedicado tanto rollo a las hazañas escatológicas del Teniente Raine y sus bastardos. Aunque no podría decir lo mismo de la espectacular escena de la Taberna donde se le da a la historia un giro de tuerca. El diálogo delicioso que se crea entre los Bastardos y el general Nazi, el repentino cambio de idiomas, el ambiente poco iluminado y los constantes ruidos de borrachos y copas moviéndose, provoca expectativa y molestia. Nosotros sabemos que los judío-americanos han entrado a una trampa y que el Nazi intuye que ellos no son alemanes (eso les pasa a los gringos por no tener facilidad para los idiomas). Y de pronto, la semiótica juega un papel primordial: tres dedos son suficientes para iniciar una guerra (tanta diferencia cultural; los europeos comienzan a contar con el dedo pulgar, nosotros con el dedo índice). Esos minutos en que todos se apuntan con las pistolas por debajo de la mesa y sostienen una conversación interesante (de nuevo, tomas largas) remata con un clímax turbulento lleno de disparos (y lleno de cortes).
Gran parte del público vivió una catarsis al ver a los nazis ardiendo. Una parte de la sala se rió al ver la cabeza de Hitler totalmente desfigurada por los disparos (una exageración para mi paladar). Lo que se debe resaltar es la caricaturización del führer. Un niño berrinchudo, poco inteligente (Hitler y su megalomanía jamás pensarían en asistir a una película para glorificar a un pobre soldadillo hijo de nadie) y pequeño, cambia la perspectiva que todos teníamos de Adolfo. Por fin, alguien nos ha permitido ver a Hitler en su faceta de humano y no de súper dictador y emperador del Tercer Imperio (gracias Quentin). Y sí, la historia ha sido reescrita. No dudo que algunas personas se habrán indignado por la forma en que se acaba la Segunda Guerra Mundial dentro de un cine. Alguno habrá pensado exagerada la facilidad con la que acabaron con Hitler, cuando en la realidad el hombre se salvaba de explosiones por quedar detrás de las patas de una mesa de madera. Sí, es exagerado, pero ese recurso hacer inolvidable este filme. La historia, dicen, la escribe quien venció. El mundo sería otro si los que tuvieran la pluma fueran excéntricos como Tarantino. ¿Por qué no? Dejen que Tarantino escriba los próximos libros de historia.
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